Autor | Jaime Ramos
Vivir en soledad es una de las tendencias silenciosas que afecta al urbanismo actual. Aunque no lo parezca, el fenómeno posee implicaciones que van más allá del ámbito demográfico. ¿Cómo está afectando a las ciudades y a sus economías?
La soltería y la soledad que puede llevar asociada quedó de relieve en aquellas regiones e intervalos de tiempo obligadas a realizar confinamientos domiciliarios durante la crisis con la Covid-19. Los estudios en la materia mostraron las repercusiones sobre la salud mental y la desigualdad.
Pandemia aparte, la tendencia de vivir en solitario lleva años consolidándose en el mundo. La progresión suele acelerarse, en especial, en ciertos países. Estos coinciden en el criterio común de contar con mayor rentaper capita.
Our world in data señala que la tendencia es desigual entre países. Pone como ejemplo el Norte de Europa, con subidas cercanas al 40%; en relación con los países asiáticos con menos ingresos, en los que la tendencia se ha mantenido en plano. Por el contrario, en la región de Asia-Pacífico, los hogares con un único miembro están experimentando un mayor crecimiento, de un 31% en concreto.
Soltero: una definición demográfica
Alejándonos de los estereotipos que se dan en diferentes culturas, la soltería stricto sensu consiste en un estado civil que delata la ausencia de cónyuge. Ahora bien, ese concepto se extiende a no tener pareja y/o familia u otros miembros que compartan la misma vivienda como una elección propia.
Esta es la perspectiva en la que se inspiran las investigaciones que sondean el fenómeno. Aunque podemos remontarnos en el tiempo para buscar los orígenes de este modo de vida en grandes obras sociológicas como los de Max Weber, las tendencias actuales son más recientes. En concreto, los registros históricos apuntan a que la preferencia por vivir solo comenzó a darse hace unos cien años, acelerándose en la década de los 50 en países como Noruega o Suecia.
Esa variación demográfica, con implicaciones antropológicas, ha acarreado cambios, tanto para los que la viven en primera persona, como a una escala macro en los ámbitos económico, sociales e, incluso, medioambientales.
Problemas, riesgos y soluciones
En lo que respecta a los solteros, es complejo aislar el término de las connotaciones negativas más tradicionales. En algunas regiones, la vida en solitario es sinónimo de resiliencia o de éxito profesional e, incluso de "emancipación social" de la mujer. En otras, puede sugerir cierta presión provocada por un aislamiento endémico, pobreza o desigualdad.
Lo que sí evidencian algunos entes, como los departamentos oficiales sanitarios en EEUU, es que la vida en soledad a partir de los 50 años puede acarrear complicaciones sobre la salud: desde casos de muerte prematura, riesgo de sufrir demencia, depresión, ansiedad y problemas cardíacos que interactúan con los problemas psicológicos. Remediarlos pasa por reforzar los servicios sanitarios y que las autoridades sepan identificar los desafíos de la comunidad.
Ciudades habitadas por solteros
Las ciudades tienen mucho que decir en este asunto. Por una parte, las instituciones locales se han de implicar a la hora de detectar las diferencias entre "vivir solo" y "estar solo". Pero es que, además, los expertos han observado efectos de diferentes tipos.
Estos se dejan notar en grandes ciudades como Berlín, París y Oslo, en los que ya más del 50% de los hogares son de un solo miembro. En Estocolmo, ese tipo de ocupación alcanzaba el 60% en 2012. Y no son casos aislados. En Estados Unidos, 83 de las 200 mayores ciudades del país han experimentado un auge muy significativo.
¿Tiene un mayor coste económico sobre las economías urbanas?
La relación entre la vida en solitario y que esto acarreé consecuencias económicas negativas es compleja. Existen infinitud de trabajos demográficos y económicos basados en la relación entre el concepto de economía. Este, por ejemplo, destaca las implicaciones sobre el ahorro y la fiscalidad en China, Japón y La India.
Para analizar la vida en solitario de forma más profunda, algunos estudios introducen parámetros añadidos, como el grado de sociabilidad cultural. Es el caso de algunos auspiciados por el Center for Economic and Policy Research, coinciden en que las comunidades que suman más miembros que "se sienten solos" están más limitadas a generar riqueza.
Otro informe procedente de China, ha recopilado datos de entre 1997 y 2018 para contestar la pregunta de si vivir solo incrementa el consumo de recursos sociales. En China, los hogares de un único miembro superan los 240 millones. En las conclusiones, los autores del trabajo señalan que la vida en solitario supone un consumo de recursos mayor y un incremento en la generación de residuos.
Eso sí, también se han identificado tendencias positivas, como intentos de solventar las anteriores cuestiones con medidas de sostenibilidad. En este aspecto, la tendencia de vivir en solitario encuentra paralelismos con la del microhousing.
Efectos sobre el medio ambiente
Hace más de 15 años y en la misma línea, The Guardian se hacía eco de un estudio que indicaba que el mayor número de hogares de un único miembro, en contraste con los que viven cuatro, suponía un incremento del consumo general del 38%, del 55% en la demanda eléctrica y del 61% de la de gas. Los últimos trabajos en la materia también lo confirman.
Para evitar, tanto el pesimismo hacia las consecuencias de este modo de vida, como evitar los efectos negativos que sí se dan, las ciudades han de tener en cuanta una variedad de factores, comenzando por las pistas que arroja la edad de los que viven solos.
La consultora Euromonitor marca como clave el factor del envejecimiento poblacional. Según sus estudios, el concepto de familia está evolucionando. Los que viven solos habrán aumentado en los que va de siglo un 128% en 2030; la edad de los hogares con más de 60 años superará los 807 millones en el mundo. Son estadísticas demográficas que no se pueden entender por separado y que traerán nuevos desafíos sanitarios, de convivencia y sostenibilidad.
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