Autor | Jaime Ramos
¿Por qué muchas ciudades inteligentes no terminan de despegar? Hemos asociado las ciudades inteligentes a una amalgama de promesas de bienestar casi utópicas. ¿Qué obstáculos nos separan de las expectativas marcadas?
¿Qué se considera éxito y fracaso para una ciudad inteligente?
Medir el éxito para una ciudad inteligente no resulta una labor sencilla. Con todo, de las ciencias de la demografía y la sociología hemos heredado toda una serie de herramientas que nos ayudan a establecer parámetros que van allá de las fronteras.
Las ciudades consideradas como un fracaso tienen en común una caída de la renta per capita, del precio de la vivienda y, al final, de la propia población. El primer parámetro es una pista clásica sobre el grado medio de bienestar social; el segundo constituye una alerta de declive económico y que se desencadene el abandono que ilustra el tercero.
La misión fundamental de las ciudades inteligentes es potenciar el camino contrario mediante varios instrumentos. Entre ello, la esfera educativa destaca como pegamento y lubricante que engrana las dinámicas sociales y económicas.
El sueño de una ciudad inteligente que nunca llega
El problema es que muchos de los instrumentos que dan identidad a las ciudades inteligentes pueden considerarse como armas de doble filo. Es decir, más allá de los parámetros mencionados, se tiende a confundir el éxito de una ciudad inteligente con los propios medios tecnológicos que persiguen ese ideal.
Las ciudades inteligentes que nunca despegan suelen elevar sus ambiciones a través de enfoques erróneos, como los que siguen.
Errores a la hora de identificar desafíos y problemas
Detroit o Manchester suelen ponerse como grandes ejemplos de núcleos urbanos que no supieron identificar a tiempo los desafíos económicos y sociales inmediatos e insistieron en modelos que terminaron por detonar su declive industrial.
Ordos, la ciudad fantasma de China, es un ejemplo moderno de cómo las ventajas de un macro-proyecto de ciudad inteligente se convierten en un fiasco por errar a la hora de determinadas las necesidades locales. En la actualidad, viven allí poco más de 100.000 habitantes, lejos del millón de ciudadanos que debería albergar según los objetivos de una iniciativa que costó 200.000 millones de dólares en 2001.
Tecnología inmadura
Las promesas y expectativas generadas también se truncan por abrazar soluciones tecnológicas incompletas. La inversión y esfuerzos que requieren tecnologías como la conducción autónoma o la movilidad aérea urbana conlleva unos riesgos relacionados con unas innovaciones a las que todavía les quedan años de desarrollo.
Tecnologías imperfectas que perjudican, discriminan o contaminan
El lado más perverso de los avances tecnológicos en las ciudades resulta la premisa ideal de cualquier autor de ciencia ficción. Hay innumerables ejemplos, como sistemas de vigilancia pública basados en CCTV, Big Data e Inteligencia Artificial que prometen más seguridad y eficiencia administrativa y terminan como instrumentos de represión o discriminación; tecnologías monetizadas para generar privilegios de clase o soluciones tecnológicas que elevan el desafío energético y de sostenibilidad.
Un estudio de Lux Research del que se hizo eco Forbes adelantaba los problemas de abastecimiento por la falta de capacidad de entrega de millones de baterías que alimenten a los sensores asociados al Big Data, por no hablar de las emisiones contaminantes en la generación de esa energía.
Otro ejemplo analizado en múltiples foros es la alianza entre Rio de Janeiro y IBM. El acuerdo derivó en el desarrollo de una serie de productos de software para ciudades inteligentes que incrementó la brecha entre los ciudadanos más y menos favorecidos.
Falta de liderazgo urbano
Ante estas perversiones, resulta imprescindible la conciliación de políticas que vertebren las estrategias públicas de las que pretenden considerarse ciudades inteligentes (sobre todo, en las injerencias de los intereses privados). Esto no es ninguna novedad.
La investigadora canadiense Jane Jacobs ya lo apuntaba en 1961 en su obra ‘The Death and Life of Great American Cities’: "la inversión privada modela las ciudades, pero las ideas sociales (y las leyes) modelan la inversión privada. Primero viene la idea de lo que queremos, así, la maquinaria se ha de adaptar para lograr esa imagen".
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