Autor | M. Martínez Euklidiadas
Ciudades de todo el mundo están convirtiéndose en smart cities sin coches, revirtiendo el callejón sin salida al que nos había llevado el siglo XX. Asequibles, convenientes y prácticos, ¿por qué querría nadie eliminar los automóviles de la ciudad? La respuesta está en el coste ambiental, económico, sanitario y social.
¿Cuál es el impacto de los automóviles en las ciudades?
El coche soluciona de forma ineficiente un problema que podríamos haber evitado de tener entornos urbanos más coherentes con las necesidades humanas, como ciudades de 15 minutos conectadas por tren.
El impacto medioambiental
La diferencia entre recorrer una distancia en coche de gasolina frente a hacerlo en metro, autobús o bicicleta es emitir 3,5, 5,5 y 27 veces más CO~2~, respectivamente; cifras que ‘bajan’ a 1,6, 2,4 y 12,1 veces más en caso de elegir un coche eléctrico. No, el coche eléctrico no es una solución, solo un parche.
Pero no todo son emisiones de CO~2~. El impacto ambiental del coche también se mide en energía desaprovechada en su fabricación al estar un 95 % del tiempo parado (por tanto, solo es útil el 5 % de dicha energía), y en su ineficiencia, que requiere usar mucha energía para desplazar poca carga.
El impacto social
El problema más urgente radica en la contaminación atmosférica química y acústica generada por el vehículo. La primera, derivada de la combustión, afecta primero a los ciudadanos próximos pero perjudica a todos porque los gases se acumulan en la atmósfera. Paradójicamente, quienes más emiten al total son quienes no viven en las ciudades densas.
Los contaminantes químicos se relacionan con todo tipo de hospitalizaciones psiquiátricas, prescripción de psicotrópicos en infancia y adolescencia, esquizofrenia, depresión, ‘lesiones autolíticas’, autismo, diabetes, trastorno bipolar, alzhéimer o pérdida de CI.
Por otro lado, los contaminantes acústicos tienen un impacto similar. El ruido del coche aumenta la ansiedad, depresión y suicidio, así como enfermedades circulatorias, respiratorias, diabetes, etc.
El impacto económico
En su ‘Handbook on the external costs of transport’ (2019), la Unión Europea calculó el coste económico de realizar 20.000 kilómetros con un coche:
- 900 euros en accidentes,
- 142 euros en contaminación ambiental,
- 236 euros en cambio climático (aunque el IPCC-6 elevará mucho la cifra),
- 1.800 euros por daños acústicos,
- 76 euros en fabricación,
- 110 euros en pérdida de hábitat.
Solo la atención sanitaria derivada del transporte cuesta a cada europeo 1.276 euros anuales. A estos hay que sumar atascos, contaminación de agua y suelo, obtención de combustibles, etc. Lo peor es que son externalidades y que ningún país cobra a sus conductores por impactar negativamente en la economía:
La dispersión urbana
Que los precios no cubran los costes (puntos a la derecha de la línea) implica que se está subvencionando el uso del coche. Cuando esto ocurre la ciudad tiende a dispersarse en el territorio, sumando a la contaminación atmosférica y al coste económico otros costes como la pérdida de hábitat, de biodiversidad, de áreas verdes protegidas, etc.
¿Cómo funcionan las ciudades sin automóviles? Un cambio de aires, y de vida
Por fortuna, lo contrario también ocurre. Cuando el precio de los automóviles se aproxima a su coste, o cuando por protección de la población se veta el acceso a vehículos contaminantes, las ciudades se ‘pacifican’.
Al reducir la presencia de vehículos, ya sea peatonalizando las calles, cobrando el espacio de aparcamiento público o aumentando el precio del combustible, la ciudad se convierte en un entorno más amable, saludable y próspero económicamente.
Eliminar vehículos de las calles reduce las enfermedades asociadas a emisiones y ruido, aumenta las ventas de los comercios de todo el mundo y permite a las personas hacer uso del espacio público antes reservado al coche (cerca del 85% del espacio).
¿Es posible convertir una ciudad existente en una ciudad sin automóviles?
Si el siglo XX transformó ciudades antes peatonales, ciclistas y de tranvías en entornos repletos de coches, algo que ahora se considera un callejón sin salida o un error histórico. La buena noticia es que si se hizo una transición pro-coche también es viable una reversión pro-personas.
Anne Hidalgo, alcaldesa de París, ganó su segundas elecciones consecutivas con un programa en el que eliminaría 60.000 plazas de aparcamiento. Copenhague se libró de ellas hace décadas, y ciudades como Ámsterdam, Barcelona, Berlín o Londres están en ello. No solo es posible, sino necesario.
Imágenes | Jisun Han, Unión Europea