Autor | Tania Alonso
En un mundo cada vez más tecnológico, millones de personas carecen de la formación necesaria para adaptarse a la digitalización. A su vez, administraciones públicas y empresas privadas centran sus esfuerzos en crear ciudades inteligentes que fomentan el crecimiento económico sin reparar en la posible creación de factores de desigualdad.La UNESCO calcula que unos 192 millones de desempleados no están capacitados para encontrar trabajo en un mercado laboral en constante evolución. Lo cual implica competencias básicas de lectura, escritura y cálculo pero también, cada vez más, de digitalización. Cifras como estas ponen de manifiesto la necesidad de planificar modelos en los que prime la inclusión social. Y se respete, sobre todo, la calidad de vida de los ciudadanos.
Las urbes ya concentran más de la mitad de la población global
“La urbanización ha sido una de las fuerzas impulsoras más importantes del desarrollo en el mundo en los últimos tiempos”, señalan desde el Banco Mundial. Actualmente, las ciudades producen aproximadamente el 80% del PIB a nivel global. Y albergan a más de la mitad de la población del planeta.Las ciudades inteligentes se presentan como una solución para organizar y optimizar la vida en las ciudades. Sin embargo, lograr ciudades inclusivas sigue siendo un desafío. De hecho, unas de las críticas más duras que están recibiendo la planificación de las nuevas ciudades están relacionadas con la gentrificación y la exclusión social.Detrás de estas críticas está la idea de que los cambios favorecen a aquellas personas que menos lo necesitan. Es decir, aquellas con buen nivel adquisitivo, un nivel de educación alto y acceso al mundo digital. Muchas veces no suponen ningún beneficio para personas en riesgo de exclusión y con poco poder adquisitivo. La población anciana supone un buen ejemplo.
El riesgo de la gentrificación
La gentrificación es uno de los riesgos de idear barrios y ciudades conectados y con servicios destinados principalmente para empresas. Muchas veces se fomenta un crecimiento económico que afecta al precio de los alquileres y la oferta de servicios. En ocasiones, como resultado directo de la acción de la administración.Esto lleva a un proceso de expulsión de los vecinos y las vecinas del barrio por otros con más poder adquisitivo. Y, en ocasiones, a un cambio de barrios residenciales a turísticos.
Educación digital
“Las ciudades exitosas serán aquellas que sepan integrar multitud de ciudadanos procedentes de áreas en general rurales o con menos posibilidades de encontrar un empleo y la gestión de las personas ancianas”, señala Joan Cornet, director del European Connected Health Alliance y ex funcionario en la Comisión y el Parlamento Europeo.Uno de los retos de las ciudades inteligentes es el de integrar en su planes a aquellas personas con escasas o nulas capacidades digitales o sin acceso a internet. Sobre todo en aquellas ciudades en las que se digitalizan sectores como el de la salud o los transportes. En Europa o EE.UU, zonas con una gran cantidad de población envejecida, tomar acciones al respecto es fundamental.Garantizar la integración de personas con discapacidad en las nuevas infraestructuras es otra de las prioridades a la hora de planificar las ciudades. Proyectos como el de Smart Cities for all ponen a disposición de gobiernos, organizaciones y empresas las herramientas y estrategias necesarias para construir ciudades inteligentes más inclusivas.El principal reto es potenciar el desarrollo sin convertir las ciudades en “islas” de servicios para empresas. Situar al ciudadano en el centro, y no solo a aquel con un alto nivel adquisitivo. Empezando, claro, por el que ya vive allí
¿Quién está en mayor riesgo de exclusión social?
Acotar grupos de población por riesgo de exclusión no es tan fácil como parece. Por supuesto, personas sin recursos, trabajadores no cualificados, emigrantes sin dominio del idioma del país receptor y familias monoparentales son colectivos con dificultades para acceder al mercado laboral y establecer relaciones con el entorno que les puedan resultar positivos. Pero también hay grupos que no cumplen estos requisitos y se encuentran en grave riesgo de exclusión.
Por ejemplo, un artículo publicado en la revista International Journal of Social Psychology indica que la salud mental es un factor importante en la exclusión social. El documento se vale de un estudio realizado en el País Vasco, España, que muestra fuerte correlación entre enfermedades mentales y riesgo de exclusión, con el añadido de que las mujeres, pese a presentar menos ingresos que los hombres, se encuentran en una mejor situación socio-cultural; un componente crítico de cara a mejorar su situación.
Asimismo, un estudio realizado en Barcelona observa la inseguridad como posible factor. Así, se puede tener trabajo y una vida familiar sana, pero simplemente por el hecho de vivir en un barrio con condiciones peligrosas (delincuencia) y problemas de salud pública se corre el riesgo de sufrir exclusión. Es lo que se conoce como vivir en el límite. Estas personas pueden estar a un mal día de verse fuera de la sociedad, con el añadido de que suelen afrontar desprecios por dónde viven y en sus barrios se participa menos en la vida comunitaria y cívica, a la postre parte fundamental de las redes de apoyo ciudadanas.
Elaborar un ranking de qué circunstancias generan más exclusión sería difícil, puesto que diferentes problemas tienen pesos específicos distintos dependiendo de la ciudad y el país. No es lo mismo tener una enfermedad mental en un país con un generoso sistema de apoyo a estos problemas que en otro sin ninguna clase de ayuda. No obstante, resulta más o menos evidente que las causas de exclusión social son numerosas y no siempre son de tipo material.
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