Autor | Jaime Ramos
Al pensar en contaminación aparecen en la cabeza imágenes concretas de humo de tubos de escape, fábricas o de océanos atestados de residuos plásticos. Sin embargo, el concepto es mucho más amplio y aglutina otro tipo de acciones, no tan visibles, pero que inciden sobre nuestro medio. La contaminación acústica o contaminación sonora es una de ellas.
¿Qué es la contaminación acústica?
La contaminación acústica se refiere a la presencia de ruido que causa un impacto directo o indirecto en el medio en el que surgen y se expanden. Se trata de un exceso de vibraciones en el entorno causado por la acción humana que provoca consecuencias en forma de daños, molestias o posibles riesgos para la salud y el ambiente.
Es decir, produce alteraciones tanto en la actividad humana como en los ecosistemas naturales. Esta clase de polución no solo genera problemas de salud en aquellos que, por ejemplo, soportan frente a sus viviendas el ruido de un tráfico bullicioso, sino que también repercute en el bienestar de la fauna marina.
Los orígenes de la contaminación acústica
Los orígenes de la contaminación acústica se remontan a los inicios de los procesos de urbanización. Históricamente, las ciudades antiguas ya lidiaban con estos problemas. Así, en la antigua Roma, el paso de carruajes estaba prohibido por las calles de la ciudad en horas nocturnas, de cara a velar por el descanso de los ciudadanos. Durante la Edad Media, varias urbes conservaron la normativa.
En esa línea, la industrialización trajo un giro importante asociado al ruido relacionado con innumerables aspectos de la vida en las ciudades, desde la salud laboral en los centros de producción hasta la concepción transporte urbano de masas.
Ahora bien, no ha sido hasta hace pocas décadas que las causas y consecuencias del ruido se han tomado más en serio. Como ocurre con la contaminación lumínica, la conciencia para combatir el exceso de ruido lleva varias décadas de retraso si lo comparamos con la lucha contra otro tipo de agentes contaminantes.
Y es que, al contrario que ocurre con otras poluciones, el ruido no se ve ni se acumula o perdura en el tiempo. Su naturaleza transitoria ha jugado en nuestra contra.
¿Cuándo el sonido se convierte en ruido?
A la hora de encontrar criterios para saber cuándo el sonido puede resultar pernicioso, se recurre a cuantificar su intensidad en decibelios (dB) y la frecuencia de su propagación ambiental a través de ondas en hercios (Hz).
De forma general, estas dos magnitudes han constituido la base de otros indicadores sonoros elucubrados para conocer hasta qué punto un ruido daña, como el nivel de presión sonora (Lp)
En cuestión de contaminación acústica, la medición y prevención se ha venido concentrando en determinar la frontera en la que el ruido provoca daños en la salud. La Organización Mundial de la Salud establece que el ruido se produce al superar los 65 dB (la intensidad de elevar el tono de voz en una conversación), supone un riesgo si alcanza los 75 dB (el ruido que genera el tráfico rodado) y llega al umbral del dolor con los 120 dB (el ruido que se suele dar en un concierto de rock).
El problema es que no existe una receta uniforme contra el ruido. En cada región del mundo se le da un tratamiento diferente. En Europa, por ejemplo, la Agencia Europea del Medio Ambiente (AEMA) se está encargando del estudio de la materia en el continente. Así, la Unión Europea tiene un límite legal de 55 dB por el día y 50 dB durante la noche. Por supuesto, estas cifras son casi difíciles de lograr en la actualidad. Según la AEMA, el 20% de la población europea está expuesta a niveles de ruido prolongados y peligrosos para la salud.
¿Cómo afecta la contaminación acústica a la salud?
El tráfico es el máximo culpable en Europa. La estimación es que cerca de 82 millones de personas están expuestos a niveles muy por encima de esos 55 dB en las ciudades. Las consecuencias para la salud son 48.000 casos anuales de cardiopatía isquémica y 12.000 muertes prematuras.
El motivo de esto es que la incidencia del ruido no solo ataca al oído y la pérdida de audición, sino también a la salud cardíaca, por su relación a la hora de elevar la presión arterial.
Los efectos se extienden al plano psicológico. El último informe de la AEMA muestra que 6,5 millones de persona Europa sufren alteraciones del sueño graves y crónicas. Aunque otros tipos de contaminación, como la ambiental, elevan la estadística de muertes prematuras más que el exceso de ruido, lo cierto es que este último afecta de forma más inmediata a la calidad de vida y a la salud psicológica.
El impacto del ruido también difiere con la edad. Los más pequeños son más sensibles a la contaminación acústica. En Estados Unidos, las cifras indican que el 12,5% de los niños entre 6 y 19 años terminan por desarrollar algún tipo de discapacidad auditiva.
¿Qué soluciones hay?
Los esfuerzos por blindar la salud acechada por el exceso de ruido se concentran, en un primer punto, en la concienciación, sobre todo en los que a núcleos urbanos se refiere. La educación, los esfuerzos de las autoridades por legislar y ejercer un control más exhaustivo, o las soluciones tecnológicas parecen los instrumentos más eficaces.
La contaminación acústica por zonas del mundo
Lo que resulta patente es que no existe una conciencia y acción global y unificada de medidas en relación con la contaminación acústica. Según el informe de la ONU ‘Fronteras 2022: ruido, llamas y desequilibrios‘, Asia es uno de los lugares más ruidosos del mundo, con niveles de presión acústica insalubres en muchas de sus ciudades más pobladas.
Las peores notas fueron, en este orden, para Dhaka (Bangladesh), Moradabad (India) e Islamabad (Paquistán), seguidas por Rajashahi (Bangladesh) y Ho Chi Minh City (Vietnam). Sin embargo, esto no quiere decir que sea un problema estrictamente asiático. Ibadan (Nigeria) y Argel (Argelia) también son peligrosamente ruidosas, y lo mismo sucede con Nueva York (Estados Unidos), Londres (Reino Unido), Barcelona (España) y Tokat (Turquía).
Radares de ruido
Precisamente, las dos ciudades europeas mencionadas están siendo las primeras en introducir en sus calles lo que se conoce como radares de ruido.
Mientras que en Barcelona se trata de un proyecto todavía experimental, en París han ido ya un paso más allá, instalando en los barrios que más sufren el problema dispositivos dirigidos a paliar el ruido del tráfico. Las autoridades cuentan que en barrios como el parisino de Saint-Lambert los registros medidos alcanzan en ocasiones los 120 dB.
Los radares franceses, bautizados como "Hydre", son capaces de captar el nivel de ruido excesivo de los vehículos y sacar una fotografía de la matrícula del infractor, como ocurre con los cinemómetros que castigan las altas velocidades. El proyecto prevé comenzar a multar en 2023.
El ruido como denominador social y comunitario
Por otra parte, el ruido urbano es un indicador de las diferencias que existen en las comunidades. En Estados Unidos, la Universidad de Berkeley (California) llevó a cabo un interesante estudio que buscaba correlaciones entre el ruido urbano, los barrios, el nivel económico y la raza de los habitantes.
El informe mostró que al menos el 75% de las comunidades con residentes negros soportaban de media niveles de ruido 4 dB por encima de aquellas comunidades sin residentes negros. Los autores del estudio creen que no es una coincidencia, sino un parámetro más de segregación entre comunidades.
Según se puede comprobar, la lucha contra la contaminación acústica tiene todavía un largo camino que recorrer. En ella, la esfera local de las ciudades tendrá un papel protagonista.
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