Autor | M. Martínez Euklidiadas
El Viejo París era un lugar infecto, tanto en sentido literal, con enfermedades terribles, como en sentido metafórico, mediante el contagio de ideas entre diferentes clases sociales. Cuando Georges-Eugène Haussmann recibió el encargo de Napoleón III, tuvo claros los cambios que haría en la futura ciudad de la luz (Ville lumière), sumida en la oscuridad. Y no todas buenas.
"París es un inmenso taller de putrefacción, donde la pobreza, la peste y las enfermedades trabajan juntas", escribía el también reformador pero opuesto a los ideales de Haussmann Victor Considerant en Destino social (1837). Amante de los falansterios y la mezcla social, vio cómo París cambiaba a un urbanismo mucho más higiénico… y segregado.
Los enemigos de Haussmann y Napoleón III
Georges-Eugène Haussmann no era urbanista, ni arquitecto, ni contaba con formación específica en diseño urbano. De hecho, estudió derecho. Pero Haussmann era, principalmente, barón al servicio del emperador Napoleón III, con cuyo favor contaba (al menos al principio). Para entender las reformas de París tras 1850 hay que entender a Napoleón III Bonaparte y Haussmann.
Napoleón III era sobrino de Napoleón I y primo del II. Estaba, y con motivo (sería el último monarca de Francia y moriría exiliado), preocupado por las revoluciones de 1789 a 1794, la de 1830 y en especial la de 1848. La Revolución Francesa de 1799 había colocado a los Bonaparte en el poder, de modo que era consciente del poder del pueblo llano. Y el III lo temía.
Haussmann compartía buena parte de sus ideas sobre la sociedad. En concreto, su papel sumiso sin barricadas. "Tradicionalmente, se había concedido una gran importancia a la fortificación perimetral de una ciudad", explica Richard Sennett en Construir y habitar, ética para la ciudad (2019), quien continúa diciendo que "el enemigo de Haussmann, por el contrario, ya estaba dentro". Era un enemigo compartido con el antiguo presidente de la república (autoproclamado emperador).
Así fue la reforma de París
Cuando Napoleón III encargó a Haussmann una reforma de París, este optó por grandes avenidas en las que no era viable atrincherarse ni presentar batalla a la autoridad, las flanqueó con viviendas haussmanianas repletas de clase media no sospechosa y envió a los trabajadores a barrios más periféricos. Los ricos, antes ‘relegados’ al suburbanismo de los faubourgs, volvieron al centro, ahora sí, higiénico.
Un París de estética uniforme
A nivel estético, París destaca ahora por su uniformidad, aunque antes de Haussmann su centro era principalmente medieval. Haussmann fue uno de los precursores de las ordenanzas sobre el aspecto de las fachadas. Adoraba el orden (incluido el social) y la monumentalidad.
Es por eso que muchas de las fachadas actuales de la ciudad resultan idénticas. Con sus reformas, Haussmann pretendía regular el ‘buen uso’ del espacio mediante normativa. Por ejemplo, trató sin éxito de ordenar la forma en la que la gente se reunía. Derribó 19.730 edificios históricos para ello, pero logró un efecto contrario al pretendido.
Anchas avenidas para la velocidad
Desde el punto de vista del espacio público, las reformas de Haussmann consistieron en la demolición de buena parte de los edificios de la antigua París para construir sobre este espacio grandes avenidas orientadas a la velocidad y la ‘libre circulación’. Rivera del Sena incluida, aunque se haya corregido.
Los planificadores de la Ilustración, influenciados por el descubrimiento del sistema circulatorio humano de William Harvey, pensaban que había que permitir la fluidez vehicular a toda costa. Robert Moses, el constructor de autopistas dentro de Nueva York (y destructor de la misma), imitaría a Haussmann un siglo después.
Del lugar al espacio, y vuelta al lugar
Al convertir lugares donde habitar en simplemente espacio por el que circular, Haussmann diseñó un París para el automóvil. Veinte años después de la reforma empezaron los primeros conflictos urbanos y disputas entre conductores. Las víctimas fueron los peatones, relegados a las franjas laterales. Se consolidaba entonces el concepto aislado de ‘acera’.
Bulevares en el París de las luces
Como barón, Haussmann no soportaba la mezcla de clases. Lo hacía siempre y cuando los pobres no molestasen y realizasen sus funciones con diligencia y en silencio. En el París de Haussmann, los muy pobres quedaban apartados a las afueras y los no tan pobres a las buhardillas sin ascensor.
Resulta paradójico e irónico que los bulevares, que Haussmann diseñó para los trayectos rápidos y la movilidad fluida, fuesen el perfecto caldo de cultivo para los espectáculos callejeros, las terrazas y las agrupaciones vecinales de gente variopinta.
De hecho, la labor policial que se suponía debían imprimir las anchas avenidas palidecía ante el debilitamiento del prefecto de policía municipal en favor del prefecto de París regional.
Y que el emperador no viese terminados los encargos. Su régimen terminó en 1863, y las obras en 1870. Resulta divertido pensar que las nuevas zonas verdes florecieron cuando huyó.
El viaje de los residuos bajo el nuevo París
Aunque no suele destacarse, uno de los pocos objetivos de Napoleón III y Haussmann que sí llegaron a término fue algo por lo que hoy los parisinos respiran tranquilos y aliviados: la red de alcantarillado. Antes de esta reforma, París efectivamente tenía un problema de salubridad.
Haussmann dio a París el sistema circulatorio que sí necesitaba, pero no a ras de calzada, sino decenas de metros por debajo. Esta parte de la ciudad está siendo ampliada, mientras que la de superficie se revierte en favor del peatón.
También dio a París, aunque a un coste astronómico, un sistema de abastecimiento de agua limpia de última generación que se adelantó al de Londres de 1859 tras el Gran Hedor, pero no al de Nueva York (1849).
París limpio, pero sucio
Un análisis simple y cualitativo señala que Haussmann cambió el cólera por la contaminación ambiental generalizada. La entrada de las avenidas coincidió (o impulsó) un cambio hacia la movilidad ahora contaminante y entonces liberadora (esto último para las rentas altas).
Haussmann tuvo que irse de Francia todo un año tras arruinar la capital. En 1865, cuando este reformista ya no contaba con el favor de Napoleón III, la ciudad tuvo que pedir 250 millones de francos (una cantidad descomunal), y pocos años después, en 1869, otros 260 millones de francos.
Cuando el antiguo prefecto de la región de Haute-Marne, Émile Ollivier, tuvo el poder suficiente, destituyó a Haussmann. Aunque no fue solo una cuestión únicamente económica: Ollivier se oponía a buena parte de las medidas urbanistas de Haussmann, como el aislamiento social de las clases.
En la actualidad, París sigue tratando de revertir buena parte de las acciones iniciadas por Haussmann, dando prioridad al peatón y retirando poderes al vehículo privado, impulsando una movilidad lenta y una ciudad de proximidad. La ciudad de los 15 minutos es eminentemente parisina.
Sin embargo, es imposible negar que Haussmann transformó para siempre la ciudad. Si bien es cierto que muchas de las reformas llevadas a cabo tenían una finalidad hoy poco ética y aporofóbicas, lo cierto es que París no sería París sin él.
Imágenes | Florian Wehde, Alexander, Siyuan, Maksim Shutov, Dewang Gupta