Autor | Jaime Ramos
Las urgencias medioambientales de nuestro planeta no combinan bien con las crisis energéticas. El conflicto en Ucrania ha variado muchas estrategias. En Europa, la escasez de gas está evidenciando las carencias en la producción de energía, que ha reavivado el interés en las centrales térmicas de carbón. Entre las consecuencias que los expertos barajan, está el peligro de la lluvia ácida.
¿Qué es la lluvia ácida? Concepto, significado y definición
La lluvia ácida consiste en un tipo amplio de precipitación con un nivel de pH inferior al convencional, es decir, más ácido. El agua del planeta ostenta un pH variable que se mueve en un rango general de neutralidad de entre 6,5 y 8,5. En el caso de la lluvia ácida, la nieve ácida o la niebla ácida, el pH desciende por debajo de 5.
Aunque el término generó y genera una imagen de quemazón en la piel, la lluvia ácida, salvo excepciones catastróficas, no daña con esa inmediatez la salud humana. La peor parte de sus efectos corrosivos se la llevan los ecosistemas terrestres. Estos afrontan un daño grave, reñido con la propia supervivencia de la vida de las especies en los hábitats que la sufren. Los edificios y el patrimonio monumental también se ven afectados.
El ser humano se percató del fenómeno hace casi dos siglos, en el Manchester industrial. Hubo que esperar más para que los países occidentales tomasen medidas. En la propia concepción del pH como potencial de iones de hidrógeno se deducen los agentes que la causan: los hidrocarburos.
¿Qué causa la lluvia ácida?
Las emisiones de dióxido de azufre (SO~2~) y de los integrantes de la familia de óxidos de nitrógeno (NO~x~) son los principales responsables de la acidificación de las precipitaciones.
La atmósfera vive toda una serie de procesos en la que los diferentes compuestos que son arrojados al aire interactúan con efectos químicos dispares. La lluvia ácida resulta otro ejemplo de lo devastador que resulta la quema de combustibles fósiles.
La liberación de SO~2~ y NO~x~ se produce a gran escala en las centrales térmicas, refinerías, o en las ciudades con un alto número de vehículos con motores diésel o de gasolina más modernos turboalimentados.
Además, como punto más que negativo, las fluctuaciones atmosféricas tienden a deslocalizar el fenómeno. Es decir, la lluvia ácida puede darse a cientos de kilómetros de la fuente contaminante.
¿Cómo prevenirla?
La buena noticia a estas alturas del siglo XXI es que la lucha contra la lluvia ácida acumula años de progreso. Tanto es así que, en la gran parte de los países occidentales, no tanto en Asia, ha pasado a un segundo plano.
No hay muchos secretos para evitarla. Consiste en reducir las emisiones de los compuestos que la causan. El interrogante, de índole económica, tiene que ver con el cómo.
El itinerario de Estados Unidos con la lluvia ácida
Años de presión por parte de la comunidad científica culminaron con una normativa específica en Estados Unidos. La Clean Air Act de 1990 contribuyó a una reducción del 93% en el aporte de SO~2~ y de un 50% en NOx llegados a 2019.
La concienciación social superó a los lobbies de presión que, tal y como ocurre hoy con el cambio climático, tildaban la lluvia ácida de invención interesada. Hubo consenso al reconocer el envenenamiento de la atmósfera. El catalizador (nunca mejor dicho) del cambio fue la introducción de un sistema de créditos y comercio de emisiones. No sin críticas, alteró las aspiraciones industriales. El esquema terminó por alcanzar a Canadá y Europa.
Las centrales térmicas vivieron una evolución técnica y se afianzó la visión de un futuro de generación renovable. Algunos efectos positivos ya se perciben.
La lluvia ácida nunca despareció del todo
La historia con la lluvia ácida difiere en gran medida en otras regiones del mundo como India, Rusia o China. En este último país, persiste como un grave problema que golpea a un tercio del territorio. La enorme dependencia cuantitativa hacia los combustibles fósiles de estas regiones plantea un desafío complejo.
En Europa, la crisis de energía está llevando a Alemania o Polonia a regresar al carbón. Ya de por sí, el 70% de la energía eléctrica de este último país proviene de esta roca. Las miradas también se centran en Japón. La mitad de las inversiones mundiales en carbón provienen de esta economía. De optar por determinadas políticas, la lluvia ácida podría retornar a Occidente con todos sus efectos.
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